Hay ciudades que te conquistan con sus monumentos.
Otras, con sus paisajes.
Y luego está Wismar, que además de eso, te roba el corazón (y el bocata de arenques, si no andas con ojo…).
Ubicada al norte de Alemania, a orillas del Mar Báltico y con alma hanseática, esta ciudad no solo forma parte del Patrimonio Mundial de la UNESCO, sino que parece sacada de una novela donde el ladrillo gótico tiene más protagonismo que muchos influencers.
En este post no te vamos a llevar de la mano (como hacemos siempre) para que descubras los rincones más bonitos, los planes que merecen la pena, y hasta un consejo práctico si acabas cara a cara con una gaviota ladrona.
Spoiler: Sí, esto nos pasó de verdad.
Y sí, lo contamos más abajo.

¿Qué leches es una ciudad hanseática (y por qué Wismar lo sigue petando siglos después)?:
Imagina una red de ciudades que en plena Edad Media lo mismo comerciaban con sal que con especias, que construían catedrales como quien levanta coworkings hoy día y que, además, se defendían de piratas a espadazo limpio.
Eso era la Liga Hanseática.
Y Wismar, una de sus joyitas más potentes.
Ser ciudad hanseática no es solo llevar un título molón para la oficina de turismo.
Es haber formado parte de un imperio comercial tan poderoso que aún hoy puedes pasear por sus calles y sentir que el medievo no está tan lejos como creemos.
Sus casas de mercaderes, sus iglesias descomunales hechas de ladrillo rojo y su puerto activo te lo gritan en cada esquina: Aquí se movía pasta, poder y mucha historia.
Pero lo más loco es que nada de esto suena a decorado o a parque temático.
Wismar ha sabido conservar ese pasado sin disfrazarlo, sin convertirlo en cartón piedra.
Está tan viva como siempre.
Así que no, no estás visitando “un pueblo bonito” más.
Estás paseando por una ciudad que ya era influyente cuando el resto del mundo todavía pensaba que el Báltico era solo agua fría.

Qué ver en Wismar sin aburrirte ni un segundo:
1. La Plaza del Mercado y su rollo de peli medieval:
Aquí empieza el flechazo.
Es la plaza más grande del norte de Alemania, pero más allá del dato, lo que te espera es un cóctel visual.
El Ayuntamiento con aires de noble serio, la fuente renacentista que daba agua a 200 casas (sí, antes de que existiera el grifo), y el Alte Schwede. Un casoplón de un mercader del siglo XIV.
Y no es solo postal.
Aquí se montan mercadillos, conciertos y hasta se plantan los árboles de Navidad.
O lo que es lo mismo: Es donde pasa todo lo que importa.


2. Marienkirche: La iglesia que sobrevivió a todo.
O lo que queda de ella.
Porque esta iglesia fue bombardeada en la Segunda Guerra Mundial y, en lugar de reconstruirla, decidieron dejar la torre en pie como un recordatorio brutal de lo que fue.
Dentro te espera un centro de interpretación que te lleva de paseo en 3D por la historia de su construcción.
Te vas a emocionar.
Y vas a flipar con lo que era capaz de hacer el ser humano antes del Photoshop.

3. Georgenkirche: El templo vacío que te pone los pelos de punta.
Esta iglesia está vacía, sí.
Pero no necesita nada más.
Entras y sientes como si las paredes hablaran.
Subes en un ascensor y te plantas en un mirador con vistas de postal: tejados rojizos, mar Báltico al fondo, y la sensación de que el mundo gira despacio en Wismar.
Casi se te olvida que tienes batería en el móvil para hacer fotos.



4. Nikolaikirche: Alta, intacta y con alma marinera.
Es la mejor conservada y una de las más altas del país.
Y fue construida para los marineros y pescadores que salían a jugársela al mar.
Aquí entras y no solo ves una iglesia; ves siglos de devoción, promesas y cánticos.
Y esos vitrales enormes que filtran la luz como si te quisieran contar secretos de otro tiempo.

5. El puerto antiguo y las gaviotas más espabiladas del Báltico:
Este lugar es puro ambiente.
Casas de mercader reconvertidas en restaurantes, olor a bocadillo de pescado y gaviotas con más calle que tú y nosotras juntos.
Vimos cómo una le robaba el bocata de arenques a una pobre chica y acto seguido se liaban a picotazos para quitárselo entre ellas. Una escena de Juego de Tronos pero con plumas.
Aquí puedes comer, pasear y mirar barcos mientras sientes que estás en el centro exacto donde la historia se encontraba con el mar.
Y si vas en verano, apúntate a un paseo en barco.
Ver Wismar desde el agua es un regalazo.




Qué hacer en Wismar y por qué no vas a querer que se acabe el día:
1. Vivir el Schwedenfest como si fueras un extra en Vikingos:
A finales de agosto, Wismar se transforma.
El Schwedenfest es su festival más emblemático y una excusa perfecta para que la ciudad saque a relucir su pasado sueco (sí, Wismar fue parte del Reino de Suecia durante más de un siglo).
Desfiles históricos, música en directo, puestos de comida, barquitos decorados y todo el mundo pasándoselo pipa con pinta en mano.
Y tú ahí, preguntándote por qué no sabías que existía esta fiesta antes.
Es uno de esos eventos que mezclan historia, diversión y cerveza. O lo que es lo mismo: el combo perfect


2. Pasear en barco y reconciliarte con el concepto de calma:
Subirte a un barco en Wismar no es solo moverte: es ver la ciudad desde otro ángulo.
Desde el mar, con el puerto de fondo y esa brisita báltica que parece decirte: “Hace fresco, pero relájate, que esto es para disfrutar”.
Hay rutas cortas por la bahía o paseos más largos que incluyen islas cercanas.
Si pillas uno al atardecer, vas a querer parar el tiempo.
3. Comer como un local con las gaviotas acechando:
Aquí no se viene a contar calorías.
Se viene a probarlo todo.
Bocadillos de pescado, platos como el Labskaus (sí, suena raro, pero es gloria bendita) y cerveza artesanal que entra sola.
Nosotras nos lo tomamos tan en serio que acabamos haciendo cata informal de sándwiches de arenque en el puerto
Y si eres de los que aman probar platos nuevos, pregunta por los menús del día en las tabernas del casco antiguo.
Más de una sorpresa te espera.
4. Escaparte por los alrededores y sentirte en un cuento:
Vale, Wismar mola mucho.
Pero si tienes tiempo, sus alrededores son pura fantasía.
Puedes visitar el Castillo de Schwerin, una joya de cuento con torres, lagos y jardines que harían llorar de emoción a cualquier fan de Disney.
O escaparte a las playas cercanas del Báltico, donde el agua está más fría que tu ex, pero la arena y las vistas compensan todo.
Ideal para terminar el día en modo zen total.
Wismar: El destino que no esperabas, pero del que no querrás irte.
Wismar es de esos sitios que no suelen estar en la lista de los “imprescindibles”… hasta que lo visitas.
Y entonces, zas.
Te atrapa con sus tejados de ladrillo rojo, su historia de comercio y resistencia, sus iglesias monumentales y su puerto donde las gaviotas tienen más morro que vergüenza.
No es Berlín. No es Múnich.
Pero ahí está su gracia.
Es una joya tranquila, con sabor a salitre y a cerveza artesanal.
Es una ciudad que se recorre sin prisas, que se disfruta sin filtros, y que, si te dejas llevar, se queda contigo.
¿Nuestro consejo?
No la subestimes.
Hazle un hueco en tu viaje por el norte de Alemania.
Y luego nos cuentas.
Porque de eso va también Vive La Vida Roca:
De lugares que no aparecen en las portadas…
Pero que acaban en tus recuerdos favoritos.
Y antes de que te vayas…
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Datos Básicos:
- Mapa interactivo: Aquí debajo te dejamos el mapa con todos los lugares mencionados en el post: iglesias, puerto, plazas y, por supuesto, alojamientos recomendados para quedarte a dormir con una sonrisa de oreja a oreja. Busca en el mapa, haz zoom, guarda tus favoritos y reserva lo que necesites sin salir de aquí.
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¿Cómo llegar a Wismar sin perder el norte?
Llegar a Wismar es tan fácil como enamorarse de sus calles. Tienes varias opciones:
Avión: El aeropuerto más cercano es el de Hamburgo, a hora y media en coche o tren. Desde allí puedes alquilar coche, pillar un tren directo o ir a lo grande con un traslado privado
Tren: Desde Berlín, hay conexiones directas que te plantan en Wismar en unas tres horas. También puedes llegar cómodamente desde otras grandes ciudades alemanas.
Coche: Si lo tuyo es la carretera y manta, estás de suerte: las autopistas alemanas funcionan como un reloj suizo (pero sin límite de velocidad en algunos tramos, ojo). Además, los paisajes de camino merecen cada kilómetro.
Bici: Y si eres de los que viajan a pedales, Wismar está conectada a varias rutas ciclistas que recorren la región de Mecklemburgo-Pomerania Occidental. Terreno llano, vistas de escándalo… y el plus de sentirte el prota de un anuncio de turismo sostenible.
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Precio para subir a la Iglesia de San Jorge:
Si quieres ver Wismar desde las alturas, aquí tienes el precio para subir en ascensor a la torre de la Georgenkirche:
- Adultos: 3€
- Entrada reducida: 2€
- Niños hasta 6 años: Gratis